La aldea Wayambray, en una noche de celebraciòn de Quillac Raimin.
Wilton Quispe Soto
lunes, 30 de mayo de 2011
EL DRAGÒN DE APU RÌMAC EN EL CAMPANARIO
viernes, 20 de mayo de 2011
lunes, 18 de abril de 2011
EL DRAGÒN DE APU RÌMAC

En el tenebroso territorio de Kewña Wayko, en lo alto de una montaña habitaba una vieja dragona, criando a su pequeño dragón.
Había cumplido éste, sus primeros 10 años de vida. Y el pequeño dragón, no estaba interesado en aprender a volar. Mientras salía su madre en busca de alimento, el pequeño dragón se quedaba en el nido, durmiendo y comiendo, todo lo que quería. Hasta que un día, la dragona se dio cuenta, de que su pequeño dragón era comilón, dormilón y barrigón. ¡No! Su hijo no podía acabar así, como un pollo con las alas llenas de grasa.
En el principio, esto había causado una preocupación en la dragona; pero después había logrado convencerlo al pequeño dragón, de que empezarían juntos con el entrenamiento de vuelo.
Así que, al cabo de varios meses de práctica (una vez a la semana), el pequeño dragón había logrado elevarse y planear, incluso mejor que ninguno otro de su misma edad; lo cuál ya era orgullo de la dragona.
Y en una mañana, mientras se calentaban con los primeros rayos del sol como acostumbraban, dijo la dragona:
—Qué tan difícil es la vida.
—¿Porque suspiras, mamá?—preguntó el pequeño dragón.
—Hijo, hoy me siento un poco cansada, triste y vieja.
—Caramba, mamá. Nunca digas eso, te harás más vieja y si así lo piensas.
—Está bien, lo sé—dijo, calmadamente la dragona—. Criarte y alimentarte nunca me ha sido fácil. Estoy un poco cansada....
Parecían disfrutar ambos de aquella maña. Y, un momento después, como si recordara súbitamente algo, dijo:
—Recuerda, que hoy, es el último día de tu entrenamiento de vuelo.
—¡Ay, mamá, lo olvidé!. Hoy quería bajar al río a nadar, y, lavarme las patas...
—Vamos, hijo. Mamá siempre desea que seas mejor... en la vida. Quiero que seas un buen cazador y pescador...; y no un gordito perezoso, que come y come, que duerme y duerme todos los días. Uno nunca sabe qué va a pasar mañana—parecía asomarle una vaga tristeza a los ojos de la vieja dragona—. Vamos mi pichoncito. Además, tienes que seguir quemando esas grasitas, para que baje esa barriguita. Dilo. ¿Si?.
—Está bien, mamá, tú ganas. Saldremos a volar.
La dragona lo miró a los ojos con ternura, y estiró una ala sobre él, como si lo abrazara.
—Volar es agradable, hijo, cuerpo sano y mente sana.
Y, unos minutos después, quiso saber.
—¿A dónde iremos, mamá?.
—Hoy, conocerás un hermoso lugar...
Luego, se quedaron en silencio como si esperaran que se elevara un poco más el sol. Contemplaban largamente el extenso valle que tenían delante, surcado por un caudaloso y serpenteante río.
—Mamá, este lugar es nuestro ¿verdad?.
—Buena pregunta, hijo. Sí—respondió calmadamente la dragona, volviendo apreciar el valle, hasta donde alcanzaba con la vista—. Yo nací, crecí aquí; tú también, eso nunca lo olvides. Cuando algún día decidas alejarte, recuerda que siempre tienes que volver. Esto es muy importante. Se nos hace tarde, hijo—pegó la mirada en el cielo azul—, vamos. Cuando volvamos, te serviré una deliciosa torta de setas que te preparé...
De modo que, se lanzaron a volar... Y, empezaron a planear con las alas extendidas sobre el valle. Luego, veían reflejar sus imágenes sobre las trémulas aguas cristalinas del río, al pasar.
—¿Ves esa barriguita amarilla? —señalaba su madre hacia abajo—. Volar es agradable ¿no es cierto, hijo?.
—Ya lo sé, mamá. Ahora cuando volvamos, quiero mi torta...
—Está bien. Lo prometo, hijo.
Empezaron a alejarse juntos así, volando hacia el sur. Y pronto, salieron del valle, de donde vivían. Hasta que después de explorar varías horas, llegaron a unas estrujadas montañas sombrías. Volaron y volaron. Solamente hacían paradas, sobre rocas altas, cada vez que deseaban llenar los pulmones con grandes bocanadas de aire. Estaban emocionados de llegar hasta estos lugares, que los parecía, sin duda, atractivos. En donde horas más tarde, les sorprendió una tormenta de lluvias.
—Volar bajo la tormenta es un desafío, te enseñaré cómo se hace—decía la dragona para animar al pequeño dragón, mientras batían las alas empapadas en medio de la lluvia que oscurecía el cielo.
—Mamá, no puedo más..., ¡esto es asombroso!... —respondía con la voz entrecortada, el pequeño dragón, mientras les azotaba un violento ventarrón haciéndoles tambalear.
Por una parte, el pequeño dragón, iba tan contento por haber volado muchas horas seguidas y enfrentarse a una tormenta, por primera vez. Pensando que pronto sería más listo que otros con esta experiencia. Y, llegaría a conocer muchos otros lugares, por su propia cuenta; Pero mientras continuaban así surcando el cielo con tormenta, tuvieron un accidente fatal: un rayo electrizante les alcanzó y chocaron estrepitosamente contra unas rocas, que eran una de las crestas más peligrosas de una de las montañas de aquel territorio. Ambos se precipitaron, y se estrellaron sobre las piedras durmientes, cubiertas por la nieve en la hondonada: la madre murió instantáneamente, y el pequeño dragón sobrevivió, quedándose huérfano y mal herido. Porque, se estropeó gravemente las delicadas alas membranosas.
Estuvo así, atrapado, durante días sin probar alimento. Hasta que despejado el cielo, en una soleada mañana, dos niños que subían de una aldea detrás de un grupo más numeroso de llamas encontraron, y lo rescataron.
Al principio se asustaron de su aspecto raro. Pero después, comprendieron de que no había nada malo en los entristecidos ojos del pequeño dragón. Era tan hermoso verlo el color verde de sus escamas metálicas bajo el sol, sobre la nieve.
Más tarde, entonces, al darse cuenta de que estaba hambriento le dieron de comer un poco de macha-machas, y lo hicieron beber abundante agua en un cántaro de arcilla. Para sorpresa de los niños, el pequeño dragón comió con qué ganas, y, tan pronto se repuso de fuerzas hasta poder intentar caminar sobre sus 4 patas. Todavía esto los puso contentos a los niños.
—Ahora tenemos un dragón ¿qué haremos, Niwa?—dijo uno de los niños.
—Cuidaremos de él—respondió una niña, suspirando.
—Pero ¿cómo?—cuestionó Totocayo, como preocupado.
Ambos niños se sentaron sobre una piedra, y pensaron un largo momento en silencio. Y después, exclamó la niña:
—Tengo una idea.
—¿Cuál?— la miró a los ojos, el niño.
—Llevaremos a la aldea.
Totocayo volvió apoyar los codos sobre las rodillas, en una expresión, como si no estuviera de acuerdo con esto.
—Pero mi padrastro y los aldeanos no aceptaran, y nos...
—Lo sé—contestó la niña, con decepción.
—Buscaremos una choza en ruinas, para...
—¡Mejor, ocultaremos en el campanario!—dijo interrumpiendo alegremente.
—Sí. Está bien—asintió el niño.
—Estará más seguro, allí arriba—dijo, Niwa con decisión y confiada.
Así lo hicieron.
El campanario, no era más que una de las torres del antiguo castillo que estaba en las afueras de la aldea. Allí todo era misterio, el mismo castillo lo era. Por eso casi nadie iba allí... salvo alguien que se hacía valiente, y para después, jactarse.
Hicieron andar (como sea) al pequeño dragón, hasta allí, mientras el sol caía detrás de la montañas. Por suerte nadie los vio, ya que los aldeanos casi nunca dirigían la vista a esa hora, al misterioso castillo.
Y, cuando una vez, se acercaban al castillo, iban hablando. Rato en rato, se detenían para discutir.
—¿Has oído la historia de este castillo?
—No—dijo Totocayo—. ¿Tú sí?.
—Sólo sé que está encantado, ...
—¿Cómo es un castillo encantado?.
—Tampoco sé cómo es—contestó Niwa, dándose cuenta de esto por primera vez, de que nunca había pensado en averiguar.
—Yo sólo sé que los aldeanos prefieren no hablar de esto... a lo mejor tampoco saben ellos cómo apareció..., dejemos esto para más adelante.
Llegaron y se detuvieron ante una gran portada en forma de arco, apoyadas sobre un par de columnas colosales de piedra, que ostentaban figuras de serpientes.
—¿Tú tienes miedo?—preguntó Niwa, para saber qué pensaba Totocayo.
—Si estás tú, no. ¿Tú sí?—dirigió los ojos.
—En realidad, en este momento, no—diciendo esto se adelantó Niwa, y, tiró con fuerza del hocico del dragón con la soguilla para que entrara.
—Entonces yo tampoco—atravesaron así, la puerta hacia el interior.
Caminaron largamente sobre el ancho empedrado que los llevó entre unas estatuas de piedra. Una bandada de cuervos se alborotaron y alzaron los vuelos graznando, al notar la presencia de los extraños. Totocayo y Niwa levantaron la vista, nerviosos, siguiendo el vuelo de esas aves oscuras que pasaban por entre las torres que parecían hincar los cielos.
—Seguramente nunca han visto un dragón—murmuró Niwa.
—Tal vez no saben lo que es un dragón... y quisieran comerse uno...—respondió empuñando una piedra en una mano, Totocayo.
Pasaron otra puerta, ésta vez, al mismísimo interior del castillo. Cruzaron después espaciosos ambientes, cubiertas de gruesas capas de polvo y cortinas de telarañas que se movían en los oscuros pasadizos. Encontraron unas escaleras que subían a los pisos superiores. Y siguieron adelante respirando con firmeza.
Demoraron casi media hora. A duras penas subieron por las gradas, peldaño a peldaño; hasta que finalmente, se encontraron, sobre un enlosado piso circular que era la torre del campanario. Durante un segundo no se dieron cuenta. Unas cuatro enormes campanas de oro colgaban desde arriba, todas de igual tamaño. En la forma que tenían esas campanas, imaginaron, que para tocarlas era probable que se necesitaban la fuerza de varios hombres. Porque los huevos de aquellas campanas eran tan enormes. Pero en aquel instante, poco les importaba eso. Lo más urgente era que encontraran un sitio acogedor, en donde podía instalarse el dragón. Y el pequeño dragón fatigaba, seguramente estaba cansado también, porque lo habían obligado subir sin descanso.
—Aquí pasará la noche—dijo, Niwa, recorriendo con los ojos por los muros que estaban echas de enormes piedras ensambladas.
—Ojalá no haya más murciélagos que lo molesten—dijo Totocayo viendo salir a un murciélago, por una de las altas ventanas.
El pequeño dragón se desplomó, resoplando, como si estuviera cansado también. Y los devolvió la mirada a los niños con sus amarillos ojos de sapo, no de una manera que se pudiera pensar maligna; si no, como si estuviera agradecido de ellos eternamente. Y que todavía estaba triste. O por lo menos, eso imaginaron comprender los niños.
Bueno, no tenían que demorar tanto, en el campanario.
Y, antes que abandonaran el campanario, asomaron por una de las altas ventanas para echar la última vista sobre la aldea. En aquel instante, después del crepúsculo, la tarde caía.
Allí arriba cada cosa parecía silbar con el viento que traspasaba las ventanas. En seguida, se apartaron de la ventana de un salto, y bajaron por las mismas gradas a toda prisa, de dos en dos. Temerosos de quedarse atrapados por la noche. Después, salieron y se alejaron del castillo a trompicones corriendo para entrar en la aldea.
En los siguientes días, llevaron nuevas cosas para que comiera, adivinando que le gustaba, calabazas, choclos... y otras cosas. Incluso hasta le hicieron un par de antorchas para que espantara a los murciélagos y durmiera así a gusto, bajo la crepitante luz amarilla. (CONTINUA EN LA PRÒXIMA)
miércoles, 30 de junio de 2010
domingo, 6 de junio de 2010
silkiwita y la venganza es dulce
Era una noche oscura y fría en Wayambray. Una niña flacucha con una cabellera frondosa, piel morena nariz afilada y puesto en un camisón largo de lana estaba sentada frente a un ordenador, muy entretenida ganaba una nueva partida a un juego. Porque su padre siempre estaba ausente en cosas de negocio, compra de granos para exportar.
Y una mujer alta y gorda con robustos brazos empujó la puerta casi desquiciándola y entrando en la habitación, la niña se estremeció sobresaltada sobre la silla. La mujer casi siempre había causado ésta sensación en ella varias veces, y ésta vez gritó:
—¡Cuantas veces que te tengo dicho que no jugaras en toda la tarde¡
La niña se había olvidado de la terrible advertencia. Y se encogió de hombros todavía estremecida sobre la silla con cada palabra ametrallada y al sentir una mano robusta de la mujer sobre ella que la asía de su cabellera gritó también en una desesperación:
— ¡Sólo estaba jugando! —chilló la niña.
—¡¿Acaso no te dije que dejaras de jugar?¡
No era la primera vez que había estallado un escándalo en los Geranios, mientras los vecinos cenaban. Hasta los perros soltaron ladridos. La niña al recordar la hora de la cena, de alguna manera trató de decir entrecortadamente:
—Sólo estaba un rato…
—Con que sólo estabas jugando un rato ¿no?, deja eso, y sube a tu habitación—dijo la mujer, y de un machucón apagó el computador, y agregó con otro estallido de voz— ¡y no hay cena!
La mujer robusta la llevó a la niña a rastras hasta la puerta de una habitación en el segundo piso, y empujó dentro del oscuro cuarto, como si fuera una fierecilla a la jaula. Una vez allí arriba, oyó por fuera correr el seguro de la puerta, entonces se aseguró de que se quedaría sin cena hasta el día siguiente encerrada en aquella habitación. Recordó que la cena tenían pollo a la brasa con papas fritas. Oyó alejarse a la mujer robusta y una vez dentro buscó a tientas el interruptor y encendió la luz. Aunque era bonito su dormitorio carecía de todo artefacto como castigo, castigo más castigo, era su pan de cada día de ella. En seguida se acercó al tocador gimoteando hasta romper a llorar sin levantar ruido o la mujer robusta volvería y la botaría en el jardín por todo el resto de la noche. Lloraba al espejo del tocador porque la había arrancado de su cabeza un mechón de cabello. Y se quitó los lentes redondos que odiaba para enjugarse las lágrimas pero tampoco podía ver con claridad sin ello, sino apenas cosas borrosas sin sentido. Así que se puso nuevamente después de limpiar, antes de irse a la cama.
Se llamaba silkiwa la niña, y tenía nueve años, aunque no tanto la agradaba este nombre como sus lentes, pero era alguien quien siempre la llamaba cariñosamente: “silkiwita”.
Por una parte a silkiwita la encantaba ver sus programas favoritos de la televisión, y ahora nuevos juegos emocionantes en computador, a pesar que estaba prohibida y no porque carecían de artefactos, sino simplemente estaba prohibida, quizás por eso llevaba esas odiosas lentes gruesas desde que tenía 5 años debido a que siempre fue corta de visión. Y el nombre de la mujer robusta era Ofelia y supuestamente era su madre de la niña. Su padre, y especialmente la mujer robusta, habían echo creer siempre que ella era su madre. Sin embargo, silkiwita en su habitación, hacía un par de semanas atrás acababa de descubrir… una cosa muy importante que jamás imaginó… Lo que tanto tiempo desconocía estaba ahora a la luz. Y por otro lado era ya costumbre cada vez:
—Obedece a tu madre, hasta que yo esté—advertía su padre desde la ventanilla de su camión viejo antes de doblar la esquina para después aparecer de un mes.
—Ya ves lo que oíste—afirmaba en seguida su madrastra desde la puerta de la casa con sus ojazos de vaca.
Y como tan pronto su padre se marchaba, ella no podía hacer lo que quisiera en la casa como hacían otras niñas en el barrio con sus padres, sino la mujer robusta se encargaba de todo. Siempre la estaba vigilando como si eso fuera su ocupación favorita, mirando a donde iba, casi todos sus movimientos desde el momento que salía de la escuela, y que por desgracia como las cosas eran así ella obviamente no podía hacer lo que quisiera. Y en ésta tarde la mujer robusta había salido de visita a su amiga entonces silkiwita estando sola se había escabullido en la sala olvidando la advertencia.
Y silkiwita más tarde, cansada de llorar resignada al castigo viendo la imposibilidad de bajar a la cocina para robar una piernita de pollo se dejó caer sobre la cama. Pensando en muchas cosas y recordado además muchas cosas.
Es así el mes anterior, como por alguna razón misteriosa su padre había metido debajo de su cama un pequeño baúl; pero silkiwita, dos semanas después, picada por la curiosidad había forzado con una llave falsa, y dentro había encontrado unas cosas pero no menos importante para ella, nada menos que un gran y hermoso álbum de fotos. Entonces realmente desentrañó la razón por la que la mujer robusta la tenía un odio ciego hacia ella.
silkiwita dejó de gimotear finalmente, y se metió dentro de la cama.
Y la habitación en donde se encontraba silkiwita no siempre estaba maldecida como afirmaba su padre si no… aunque era grande siempre fue acogedora en otros tiempos. Pero aquella noche, exactamente hacía dos semanas había destapado la verdad con toda sus detalles al abrir el álbum de las fotos; recién para comprender el porqué de las cosas, y en donde en la portada había encontrado a una mujer de rostro agradable, tan parecida ni más ni menos a ella cuando se miró al espejo, ataviada en un vestido blanco y pomposo saliendo de una iglesia bajo los brazos de su padre quien era entonces apuesto y guapo.
Y la habitación donde estaba ella pertenecía a su madre en otros tiempos. Después de haber mirado página tras página, una y otra vez, la colección de fotos de recuerdo de sus padres bajo la luz de una linterna, tapada con las sábanas había descubierto que la mujer con quien su padre se había casado: era su verdadera madre; y con la que malvivía actualmente sólo era su madrastra. Así llegó a una conclusión más cruda, de que esa mujer robusta con quien malvivía su padre había sido clave y verdadera causante de la prematura muerte de su madre en un accidente automovilístico. Llegando a descubrir que en realidad esa mujer robusta había matado a su madre sin que se diera cuenta el padre de silkiwita; y es más si se enteraría él, le daría igual ya que amaba más a la mujer robusta que a su madre de silkiwita que ya no estaba.
Y entonces silkiwita, horas más tarde apagado la luz, en medio de la oscuridad volvió a extender la mano al álbum de fotos y la linterna para volver a hojear bajo las sábanas. Cuando eran cerca de media noche al recordar todavía estrujó la almohada enfurecida y no le quedaba otra cosa que vengar por la muerte de su madre algún día. “la venganza es dulce” dijo entre labios bajo las sábanas mientras las agujas del reloj se acercaban a media noche.
Entonces, vencida por la tristeza cerró los ojos quedándose así dormida… ¡pero no!…
Wayambray parecía estar también dormida, hacía una noche fría con las brisas gélidas corriendo por sus calles desiertas porque a esa hora todos estaban entregados al sueño, y la luna llena entraba y salía a la masa compacta de nubes así generando oscuridad rato en rato. Dentro de poco debía ser pasada media noche cuando silkiwita también comenzaba a roncar con un suave hing hang y… en seguida se levantó sin amontonar las frazadas y saltó de la cama al suelo descalza con su camisón largo de color blanco. Caminó directamente hacia la ventana y echó brevemente la vista fuera, porque unos perros aullaban cerca, en alguna parte de la vereda. Pero un momento después volvió y despacio silenciosamente se acercó al espejo antiguo en el tocador cuyos bordes eran de cobre verdoso y forjado, el único objeto que afeaba el tocador. Y el fondo del espejo era como un lago oscuro, entonces dijo:
—Me veo—silkiwita se tocó la mejilla suavemente con los dedos al contemplarse.
—Te veo también—murmuró para su sorpresa la imagen suya desde el fondo del espejo.
—¿Qué?—dio un paso atrás sobresaltada silkiwita derribando la silla.
La imagen del espejo tenía los ojos fijamente en los de silkiwita, parecía otra persona, aunque era su propia imagen.
—Te puedo ver—repitió despacio el espejo casi en un susurro.
Y todavía con los ojos desconfiados preguntó:
—¿Entonces quien eres?
—¿Cómo quien soy?
silkiwita intentó una vez más.
—Necesito saber con quien estoy hablando.
—Solo soy tu propia imagen en el espejo—dijo con tranquilidad—, en otras palabras soy el espejo y tu amiga.
—Está bien—dijo silkiwita como si pronto habría comprendido.
Hubo un largo silencio, entonces.
Y luego, de modo que seguía mirando el espejo susurró estas diciendo:
— Dime, ¿qué debo hacer para vengar la muerte de mi madre?
Y la imagen, mejor dicho la imagen de ella en el espejo respondió:
—La venganza es dulce pero también es peligrosa, mátala, y su sangre bébela en una copa—silkiwita se asustó de su propia imagen, mejor dicho del espejo que la hablaba así. Pero sintió al mismo tiempo el recuerdo vivo de la muerte de su madre. Así que tomando una bocanada de aire respondió:
—Así la haré—y agregó—, la sangre de mi madre la bebió la tierra; y yo la beberé de ella.
Y entonces ni bien había podido pronunciar las palabras el espejo, la imagen adquirió extraña cara, su cabellera frondosa, su piel morena adquirió intensidad y sus dientes de prisa salieron en puntiagudos como los colmillos de un cerdo, y con desesperación llevó los dedos para tocarse su propia cara y sus colmillos sobresalientes estaban como navajas hacia arriba y dos hacia abajo. El espejo sonrió.
—Ahora perteneces a una nueva raza.
—¿Qué raza? —aulló ella.
—Eres una niña vampiro.
Un sudor de escalofrío subió por la frente y se cayó de rodillas nada más sosteniéndose con las manos. Se había transformado en una pequeña vampira. Y durante el momento en que se sostuvo con los dedos silkiwita experimentó una extraña sensación como venir hacía ella una remota sed creciente, como si abría atravesado un gran desierto sin beber agua. En seguida se puso de pie nuevamente apenas como pudo. La imagen la miraba perpleja, como si esperara que recobrara su propia razón, qué iba a hacer en seguida, ya que la había dado un nuevo aliento. Y como esperaba la cara silkiwita se iluminó con una radiante sonrisa, mostrando sus blancos nuevos dientes de ajo, como si estuviera encantada realmente en ese momento con ese aspecto y dijo al espejo:
—¿Quieres ir conmigo?—preguntó silkiwita.
—No—susurró negando el espejo—, te esperaré aquí.
Y entonces dio la espalda al espejo con una decisión. Y con unos cuantos pasos alcanzó la ventana, atravesó el cristal helado como si nada, y desde allí saltó a unos 20 metros más allá por encima del jardín, aterrizando casi en la media pista. Una vez en la calle empezó a caminar barriendo el suelo con el borde de su camisón largo de color blanco, mientras la oscuridad tornaba rato en rato porque la luna llena acababa de librarse de una masa brumosa de nube negra. Cuando estuvo más allá un perro aulló al verla.
—Cállate—musitó al perro, éste como si le habrían liado el hocico se quedó enmudecido y huyó a trote desapareciendo por una esquina con el rabo entre las piernas.
Ahora para silkiwita hijastra de Ofelia era cosa sabida sobre quien había matado a su madre; y en la cabeza de ella no había otra cosa que una idea ardiente de ira de venganza por su propia cuenta.
Dio una vuelta entera a la manzana vagamente acechando como quien está dispuesto a alejarse de allí.
Pero de repente se detuvo en una esquina, olisqueó y sintió irrefrenablemente el deseo de volver a la misma casa de donde salió; pero ésta vez al primer piso. En sólo en unos segundos estuvo de nuevo. Avanzó por el centro de la sala en dirección al dormitorio de su madrastra. Y sigilosamente se acercó por el pasadizo hasta la puerta, allí oyó el ronquido alto de la mujer y decidió como nunca: en que la mataría de todos modos. La puerta cerrada no fue ningún obstáculo, atravesó como una sombra. Es así que se detuvo al pie de la cama, miró el reloj, y las agujitas finas marcaban la 1 de la madrugada. Se acercó despacio sin hacer el mínimo indicio de ruido, pero antes, como si invocara a los cielos cerró los ojos durante un segundo, y antes que se diera cuenta se lanzó encima de la mujer robusta como si atrapara a una hermosa mariposa en un prado, la clavó los colmillos en la garganta como si fuera un furioso lobo feroz. La mujer robusta dio un grito desgarrador pero ni llegó a los techos, tan pronto antes que alguien despertara la ahogó un borbotón de sangre por la boca. Y silkiwita la sorbió con tanta sed contenida una buena cantidad de sangre como si fuera una bendita fuente de agua. La sangre siguió ebullendo a borbotones como si fuera un grifo precioso hasta que dejó de moverse dando últimos pataletas convulsivas. Silkiwita había sentido ese mítico sabor delicioso de oxido de hierro salado como si sus antepasados siempre habrían tenido un gusto exquisito de ese bendito fino vino humano. Consumado el plan silkiwita experimentó una sensación de bienestar y se tendió de bruces sobre su victima durante un largo momento, y después se levantó de un salto y miró alrededor y salió a la misma calle.
silkiwita sólo necesitó un par de segundos para regresar, tan pronto como debía se halló nuevamente en su habitación.
Se aproximó para mirarse al espejo redondo nuevamente. Y la imagen con la comisura de la boca llena de sangre, con los ojos trasnochados, y casi demacrada la miraba fijamente.
—¿Qué hiciste silkiwita? —preguntó con placer el espejo.
—La maté—respondió ella con satisfacción.
—Límpiate la boca—dijo el espejo. Y silkiwita se echó un poco de agua sobre la cara y cogió la toalla de la percha.
—Ahora vuelve a la cama—echó la vista a la cama, en donde un bultito largo suavemente respiraba, ahí estaba el cuerpo de silkiwita sumida bajo un profundo sueño.
—No tengo sueño—dijo, y hubo un silencio largo.
—Bien, la venganza es dulce—recalcó la imagen de silkiwita desde el fondo del espejo antes de difuminarse.
Con el canto del gallo amaneció. Cuando eran las 6 alguien tocó la puerta: toc toc. Despertó sobresaltada, la cama estaba alumbrada por la linterna apenas con las pilas agotadas.
—Ya perezosa—vociferó la mujer—, ya salió el sol, ya lárgate a tu escuela— y de repente silkiwita volvió a tenderse hacia atrás durante un segundo. Y recordó todo lo que había estado soñando... ¿era la voz de la mujer robusta la que llamó? ¿Había sido un sueño raro o era realidad? Recordó claramente, el espejo, las calles y morir a la mujer robusta en medio de un grito ahogado con la garganta desollada. Y ésta vez salió de la cama de un brinco y corrió al tocador. Esto no podía ser cierto. Recordó todo entonces… Y tomó entre las manos el viejo espejo con sus forjados bordes de cobre. Estaba normal cuando vio reflejar su propia imagen, y mientras se quedó perpleja así un instante no dudó.
—¿Que pasó?—musitó.
Y la imagen suya, de hecho que en un momento no pareció responder nada. Entonces pensó con los ojos fijamente apuntados en los ojos que estaban en el fondo del espejo.
—No. Esto no es verdad—dijo entonces silkiwita de carne y hueso.
Dudó un momento como quien delibera y dijo:
—¿Es que soy una vampira?
Después como quien habla sola aunque no salía voz agregó:
—No, es verdad… sólo fue una especie de sueño— recordó como renunciando a todo lo que había soñado.
En seguida rápidamente dio espalda al espejo y salió de la habitación para bajar al primer piso para comprobar si... Una vez en el piso de abajo entró en la cocina. La mujer robusta en aquel momento en vez de yacer muerta sobre su cama ensangrentada estaba preparando el desayuno: animadamente friendo huevos, uno tras otro y apenas la vio a silkiwita la fulminó con sus ojos severos y encargó lavar la pila de platos en el fregadero con agua helada que bajaba de las montañas nevadas de Wayambray. silkiwita empezó a lavar los platos en silencio, casi fingiendo como si no hubiera pasado nada en la noche. Y allí también estaba la mujer, a sus espaldas como si no sospechara nada del extraño sueño de su hijastra, en verdad era así, y más bien dijo mientras ambas tomaban desayuno:
—En cuanto llegue tu padre le informaré, de que te estas comportando mal, y te tendrá que llevar a algún lugar—dijo la mujer.
—¿A un lugar? —gimió silkiwita.
No se la dijo a qué lugar.
Y una hora después silkiwita se marchó a su escuela.
Y una mujer alta y gorda con robustos brazos empujó la puerta casi desquiciándola y entrando en la habitación, la niña se estremeció sobresaltada sobre la silla. La mujer casi siempre había causado ésta sensación en ella varias veces, y ésta vez gritó:
—¡Cuantas veces que te tengo dicho que no jugaras en toda la tarde¡
La niña se había olvidado de la terrible advertencia. Y se encogió de hombros todavía estremecida sobre la silla con cada palabra ametrallada y al sentir una mano robusta de la mujer sobre ella que la asía de su cabellera gritó también en una desesperación:
— ¡Sólo estaba jugando! —chilló la niña.
—¡¿Acaso no te dije que dejaras de jugar?¡
No era la primera vez que había estallado un escándalo en los Geranios, mientras los vecinos cenaban. Hasta los perros soltaron ladridos. La niña al recordar la hora de la cena, de alguna manera trató de decir entrecortadamente:
—Sólo estaba un rato…
—Con que sólo estabas jugando un rato ¿no?, deja eso, y sube a tu habitación—dijo la mujer, y de un machucón apagó el computador, y agregó con otro estallido de voz— ¡y no hay cena!
La mujer robusta la llevó a la niña a rastras hasta la puerta de una habitación en el segundo piso, y empujó dentro del oscuro cuarto, como si fuera una fierecilla a la jaula. Una vez allí arriba, oyó por fuera correr el seguro de la puerta, entonces se aseguró de que se quedaría sin cena hasta el día siguiente encerrada en aquella habitación. Recordó que la cena tenían pollo a la brasa con papas fritas. Oyó alejarse a la mujer robusta y una vez dentro buscó a tientas el interruptor y encendió la luz. Aunque era bonito su dormitorio carecía de todo artefacto como castigo, castigo más castigo, era su pan de cada día de ella. En seguida se acercó al tocador gimoteando hasta romper a llorar sin levantar ruido o la mujer robusta volvería y la botaría en el jardín por todo el resto de la noche. Lloraba al espejo del tocador porque la había arrancado de su cabeza un mechón de cabello. Y se quitó los lentes redondos que odiaba para enjugarse las lágrimas pero tampoco podía ver con claridad sin ello, sino apenas cosas borrosas sin sentido. Así que se puso nuevamente después de limpiar, antes de irse a la cama.
Se llamaba silkiwa la niña, y tenía nueve años, aunque no tanto la agradaba este nombre como sus lentes, pero era alguien quien siempre la llamaba cariñosamente: “silkiwita”.
Por una parte a silkiwita la encantaba ver sus programas favoritos de la televisión, y ahora nuevos juegos emocionantes en computador, a pesar que estaba prohibida y no porque carecían de artefactos, sino simplemente estaba prohibida, quizás por eso llevaba esas odiosas lentes gruesas desde que tenía 5 años debido a que siempre fue corta de visión. Y el nombre de la mujer robusta era Ofelia y supuestamente era su madre de la niña. Su padre, y especialmente la mujer robusta, habían echo creer siempre que ella era su madre. Sin embargo, silkiwita en su habitación, hacía un par de semanas atrás acababa de descubrir… una cosa muy importante que jamás imaginó… Lo que tanto tiempo desconocía estaba ahora a la luz. Y por otro lado era ya costumbre cada vez:
—Obedece a tu madre, hasta que yo esté—advertía su padre desde la ventanilla de su camión viejo antes de doblar la esquina para después aparecer de un mes.
—Ya ves lo que oíste—afirmaba en seguida su madrastra desde la puerta de la casa con sus ojazos de vaca.
Y como tan pronto su padre se marchaba, ella no podía hacer lo que quisiera en la casa como hacían otras niñas en el barrio con sus padres, sino la mujer robusta se encargaba de todo. Siempre la estaba vigilando como si eso fuera su ocupación favorita, mirando a donde iba, casi todos sus movimientos desde el momento que salía de la escuela, y que por desgracia como las cosas eran así ella obviamente no podía hacer lo que quisiera. Y en ésta tarde la mujer robusta había salido de visita a su amiga entonces silkiwita estando sola se había escabullido en la sala olvidando la advertencia.
Y silkiwita más tarde, cansada de llorar resignada al castigo viendo la imposibilidad de bajar a la cocina para robar una piernita de pollo se dejó caer sobre la cama. Pensando en muchas cosas y recordado además muchas cosas.
Es así el mes anterior, como por alguna razón misteriosa su padre había metido debajo de su cama un pequeño baúl; pero silkiwita, dos semanas después, picada por la curiosidad había forzado con una llave falsa, y dentro había encontrado unas cosas pero no menos importante para ella, nada menos que un gran y hermoso álbum de fotos. Entonces realmente desentrañó la razón por la que la mujer robusta la tenía un odio ciego hacia ella.
silkiwita dejó de gimotear finalmente, y se metió dentro de la cama.
Y la habitación en donde se encontraba silkiwita no siempre estaba maldecida como afirmaba su padre si no… aunque era grande siempre fue acogedora en otros tiempos. Pero aquella noche, exactamente hacía dos semanas había destapado la verdad con toda sus detalles al abrir el álbum de las fotos; recién para comprender el porqué de las cosas, y en donde en la portada había encontrado a una mujer de rostro agradable, tan parecida ni más ni menos a ella cuando se miró al espejo, ataviada en un vestido blanco y pomposo saliendo de una iglesia bajo los brazos de su padre quien era entonces apuesto y guapo.
Y la habitación donde estaba ella pertenecía a su madre en otros tiempos. Después de haber mirado página tras página, una y otra vez, la colección de fotos de recuerdo de sus padres bajo la luz de una linterna, tapada con las sábanas había descubierto que la mujer con quien su padre se había casado: era su verdadera madre; y con la que malvivía actualmente sólo era su madrastra. Así llegó a una conclusión más cruda, de que esa mujer robusta con quien malvivía su padre había sido clave y verdadera causante de la prematura muerte de su madre en un accidente automovilístico. Llegando a descubrir que en realidad esa mujer robusta había matado a su madre sin que se diera cuenta el padre de silkiwita; y es más si se enteraría él, le daría igual ya que amaba más a la mujer robusta que a su madre de silkiwita que ya no estaba.
Y entonces silkiwita, horas más tarde apagado la luz, en medio de la oscuridad volvió a extender la mano al álbum de fotos y la linterna para volver a hojear bajo las sábanas. Cuando eran cerca de media noche al recordar todavía estrujó la almohada enfurecida y no le quedaba otra cosa que vengar por la muerte de su madre algún día. “la venganza es dulce” dijo entre labios bajo las sábanas mientras las agujas del reloj se acercaban a media noche.
Entonces, vencida por la tristeza cerró los ojos quedándose así dormida… ¡pero no!…
Wayambray parecía estar también dormida, hacía una noche fría con las brisas gélidas corriendo por sus calles desiertas porque a esa hora todos estaban entregados al sueño, y la luna llena entraba y salía a la masa compacta de nubes así generando oscuridad rato en rato. Dentro de poco debía ser pasada media noche cuando silkiwita también comenzaba a roncar con un suave hing hang y… en seguida se levantó sin amontonar las frazadas y saltó de la cama al suelo descalza con su camisón largo de color blanco. Caminó directamente hacia la ventana y echó brevemente la vista fuera, porque unos perros aullaban cerca, en alguna parte de la vereda. Pero un momento después volvió y despacio silenciosamente se acercó al espejo antiguo en el tocador cuyos bordes eran de cobre verdoso y forjado, el único objeto que afeaba el tocador. Y el fondo del espejo era como un lago oscuro, entonces dijo:
—Me veo—silkiwita se tocó la mejilla suavemente con los dedos al contemplarse.
—Te veo también—murmuró para su sorpresa la imagen suya desde el fondo del espejo.
—¿Qué?—dio un paso atrás sobresaltada silkiwita derribando la silla.
La imagen del espejo tenía los ojos fijamente en los de silkiwita, parecía otra persona, aunque era su propia imagen.
—Te puedo ver—repitió despacio el espejo casi en un susurro.
Y todavía con los ojos desconfiados preguntó:
—¿Entonces quien eres?
—¿Cómo quien soy?
silkiwita intentó una vez más.
—Necesito saber con quien estoy hablando.
—Solo soy tu propia imagen en el espejo—dijo con tranquilidad—, en otras palabras soy el espejo y tu amiga.
—Está bien—dijo silkiwita como si pronto habría comprendido.
Hubo un largo silencio, entonces.
Y luego, de modo que seguía mirando el espejo susurró estas diciendo:
— Dime, ¿qué debo hacer para vengar la muerte de mi madre?
Y la imagen, mejor dicho la imagen de ella en el espejo respondió:
—La venganza es dulce pero también es peligrosa, mátala, y su sangre bébela en una copa—silkiwita se asustó de su propia imagen, mejor dicho del espejo que la hablaba así. Pero sintió al mismo tiempo el recuerdo vivo de la muerte de su madre. Así que tomando una bocanada de aire respondió:
—Así la haré—y agregó—, la sangre de mi madre la bebió la tierra; y yo la beberé de ella.
Y entonces ni bien había podido pronunciar las palabras el espejo, la imagen adquirió extraña cara, su cabellera frondosa, su piel morena adquirió intensidad y sus dientes de prisa salieron en puntiagudos como los colmillos de un cerdo, y con desesperación llevó los dedos para tocarse su propia cara y sus colmillos sobresalientes estaban como navajas hacia arriba y dos hacia abajo. El espejo sonrió.
—Ahora perteneces a una nueva raza.
—¿Qué raza? —aulló ella.
—Eres una niña vampiro.
Un sudor de escalofrío subió por la frente y se cayó de rodillas nada más sosteniéndose con las manos. Se había transformado en una pequeña vampira. Y durante el momento en que se sostuvo con los dedos silkiwita experimentó una extraña sensación como venir hacía ella una remota sed creciente, como si abría atravesado un gran desierto sin beber agua. En seguida se puso de pie nuevamente apenas como pudo. La imagen la miraba perpleja, como si esperara que recobrara su propia razón, qué iba a hacer en seguida, ya que la había dado un nuevo aliento. Y como esperaba la cara silkiwita se iluminó con una radiante sonrisa, mostrando sus blancos nuevos dientes de ajo, como si estuviera encantada realmente en ese momento con ese aspecto y dijo al espejo:
—¿Quieres ir conmigo?—preguntó silkiwita.
—No—susurró negando el espejo—, te esperaré aquí.
Y entonces dio la espalda al espejo con una decisión. Y con unos cuantos pasos alcanzó la ventana, atravesó el cristal helado como si nada, y desde allí saltó a unos 20 metros más allá por encima del jardín, aterrizando casi en la media pista. Una vez en la calle empezó a caminar barriendo el suelo con el borde de su camisón largo de color blanco, mientras la oscuridad tornaba rato en rato porque la luna llena acababa de librarse de una masa brumosa de nube negra. Cuando estuvo más allá un perro aulló al verla.
—Cállate—musitó al perro, éste como si le habrían liado el hocico se quedó enmudecido y huyó a trote desapareciendo por una esquina con el rabo entre las piernas.
Ahora para silkiwita hijastra de Ofelia era cosa sabida sobre quien había matado a su madre; y en la cabeza de ella no había otra cosa que una idea ardiente de ira de venganza por su propia cuenta.
Dio una vuelta entera a la manzana vagamente acechando como quien está dispuesto a alejarse de allí.
Pero de repente se detuvo en una esquina, olisqueó y sintió irrefrenablemente el deseo de volver a la misma casa de donde salió; pero ésta vez al primer piso. En sólo en unos segundos estuvo de nuevo. Avanzó por el centro de la sala en dirección al dormitorio de su madrastra. Y sigilosamente se acercó por el pasadizo hasta la puerta, allí oyó el ronquido alto de la mujer y decidió como nunca: en que la mataría de todos modos. La puerta cerrada no fue ningún obstáculo, atravesó como una sombra. Es así que se detuvo al pie de la cama, miró el reloj, y las agujitas finas marcaban la 1 de la madrugada. Se acercó despacio sin hacer el mínimo indicio de ruido, pero antes, como si invocara a los cielos cerró los ojos durante un segundo, y antes que se diera cuenta se lanzó encima de la mujer robusta como si atrapara a una hermosa mariposa en un prado, la clavó los colmillos en la garganta como si fuera un furioso lobo feroz. La mujer robusta dio un grito desgarrador pero ni llegó a los techos, tan pronto antes que alguien despertara la ahogó un borbotón de sangre por la boca. Y silkiwita la sorbió con tanta sed contenida una buena cantidad de sangre como si fuera una bendita fuente de agua. La sangre siguió ebullendo a borbotones como si fuera un grifo precioso hasta que dejó de moverse dando últimos pataletas convulsivas. Silkiwita había sentido ese mítico sabor delicioso de oxido de hierro salado como si sus antepasados siempre habrían tenido un gusto exquisito de ese bendito fino vino humano. Consumado el plan silkiwita experimentó una sensación de bienestar y se tendió de bruces sobre su victima durante un largo momento, y después se levantó de un salto y miró alrededor y salió a la misma calle.
silkiwita sólo necesitó un par de segundos para regresar, tan pronto como debía se halló nuevamente en su habitación.
Se aproximó para mirarse al espejo redondo nuevamente. Y la imagen con la comisura de la boca llena de sangre, con los ojos trasnochados, y casi demacrada la miraba fijamente.
—¿Qué hiciste silkiwita? —preguntó con placer el espejo.
—La maté—respondió ella con satisfacción.
—Límpiate la boca—dijo el espejo. Y silkiwita se echó un poco de agua sobre la cara y cogió la toalla de la percha.
—Ahora vuelve a la cama—echó la vista a la cama, en donde un bultito largo suavemente respiraba, ahí estaba el cuerpo de silkiwita sumida bajo un profundo sueño.
—No tengo sueño—dijo, y hubo un silencio largo.
—Bien, la venganza es dulce—recalcó la imagen de silkiwita desde el fondo del espejo antes de difuminarse.
Con el canto del gallo amaneció. Cuando eran las 6 alguien tocó la puerta: toc toc. Despertó sobresaltada, la cama estaba alumbrada por la linterna apenas con las pilas agotadas.
—Ya perezosa—vociferó la mujer—, ya salió el sol, ya lárgate a tu escuela— y de repente silkiwita volvió a tenderse hacia atrás durante un segundo. Y recordó todo lo que había estado soñando... ¿era la voz de la mujer robusta la que llamó? ¿Había sido un sueño raro o era realidad? Recordó claramente, el espejo, las calles y morir a la mujer robusta en medio de un grito ahogado con la garganta desollada. Y ésta vez salió de la cama de un brinco y corrió al tocador. Esto no podía ser cierto. Recordó todo entonces… Y tomó entre las manos el viejo espejo con sus forjados bordes de cobre. Estaba normal cuando vio reflejar su propia imagen, y mientras se quedó perpleja así un instante no dudó.
—¿Que pasó?—musitó.
Y la imagen suya, de hecho que en un momento no pareció responder nada. Entonces pensó con los ojos fijamente apuntados en los ojos que estaban en el fondo del espejo.
—No. Esto no es verdad—dijo entonces silkiwita de carne y hueso.
Dudó un momento como quien delibera y dijo:
—¿Es que soy una vampira?
Después como quien habla sola aunque no salía voz agregó:
—No, es verdad… sólo fue una especie de sueño— recordó como renunciando a todo lo que había soñado.
En seguida rápidamente dio espalda al espejo y salió de la habitación para bajar al primer piso para comprobar si... Una vez en el piso de abajo entró en la cocina. La mujer robusta en aquel momento en vez de yacer muerta sobre su cama ensangrentada estaba preparando el desayuno: animadamente friendo huevos, uno tras otro y apenas la vio a silkiwita la fulminó con sus ojos severos y encargó lavar la pila de platos en el fregadero con agua helada que bajaba de las montañas nevadas de Wayambray. silkiwita empezó a lavar los platos en silencio, casi fingiendo como si no hubiera pasado nada en la noche. Y allí también estaba la mujer, a sus espaldas como si no sospechara nada del extraño sueño de su hijastra, en verdad era así, y más bien dijo mientras ambas tomaban desayuno:
—En cuanto llegue tu padre le informaré, de que te estas comportando mal, y te tendrá que llevar a algún lugar—dijo la mujer.
—¿A un lugar? —gimió silkiwita.
No se la dijo a qué lugar.
Y una hora después silkiwita se marchó a su escuela.
domingo, 23 de mayo de 2010
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